Foto de Ignacio

Foto de Ignacio
Ignacio mismo

domingo, 1 de diciembre de 2013

El seiscientos de la felicidad


Jugar a la pelota con tu hijo no debería ser motivo de aprensión, pero cuando tu rodilla hace ¡clac! y tienes que sentarte debido al tremendo dolor, entonces te preguntas qué demonios hacías en una pachanga con personas 35 años más pequeñas que tú. Me dolía más la mirada de Alejandro observando mis muecas de sufrimiento que la propia articulación, por una parte expresaba preocupación pero por otra culpabilidad. Y es que ya le advertí, como siempre, “no puedo jugar contigo Ale, la rodilla podría resentirse” ¿pero quién se niega a jugar con su hijo 10 minutos?

Puestos en antecedentes les contaré que a las 6 semanas de haber pedido una resonancia magnética recibí la cita y no se escandalicen si no son andaluces, que me puedo dar con un canto rodado en los dientes por tan pronta convocatoria.  El caso es que como no estoy acostumbrado a rondar galenos aparqué el vehículo en el parking del hospital y por la puerta más alejada a traumatología (ole tu arte, miarma) con lo que mi rodilla llegó en un estado de protesta nivel  5, es decir, o te sientas o te crujo.

No sé si alguna vez se han hecho una resonancia magnética en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, si es así no dejen de leer, pero si no han estado antes les relataré que hay allí un tipo de lo más peculiar. Cuando ya estás indefenso, a más datos: en bóxer color negro elegido para la ocasión, con una pierna dentro de un túnel y la otra angulada como si estuviera uno en el ginecólogo, con el escroto bien pegado a la máquina, en ese momento y postura en vez de hacerte una pregunta médica te asalta con la siguiente:

-          ¿Te gusta la música?

-          Sí, claro.

-          ¿Qué tipo de música?

-          No sé, rock, un poco de todo.

-          ¿Qué tipo de rock? – aquí ya no sabía si estaba en traumatología o en La Voz.

-          Pues 091, Lori Meyers, Los Planetas…

-          ¿Pink Floyd?

-          La verdad, prefiero los que le he dicho.

-          Tengo 60 GB de memoria que contienen todo tipo de música ¿y tú me pides esa basura? – reconozco que ahí tuve que echar mano a todas mis técnicas de temple shaolín cinturón negro quinto dan- Soy músico y no entiendo cómo puedes comparar 091 que no los conoce nadie con Pink Floy -sentenció.

-          La verdad, no me veo en un concierto de 3 horas con Pink Floyd.

-          Te estoy ofreciendo un Mercedes y tú eliges un “seiscientos”

Y ahí, que quieren que les diga, no pude evitar acordarme de ese cochecito molón que teníamos en mi piso del Polígono Norte. No había dinero, el coche que teníamos, un Seat 600 D, había sido adquirido tiempo atrás de segunda mano. Mi padre, Paco, le tenía un cariño especial porque el anterior dueño fue un gran amigo y falleció dejándole casi en herencia aquel 600 color beige. Había que empujarlo para arrancar, íbamos apretujados mis padres y los 3 hermanos (en ocasiones llevábamos también algunas jaulas de canarios), hacía frío o calor y olía a gasolina.

Éramos realmente felices con tan poco, para nosotros era nuestro coche, conscientes en todo momento en que había vehículos mejores, pero convencidos de que aquel pequeño era parte de nuestra familia. Nos llevaba y paseaba por Sevilla, estaba impregnado de nosotros, con nuestro olor, nuestras ilusiones y todo el cariño del mundo. Tantos recuerdos de los momentos que vivimos allá donde pudo llevarnos, su motor protestando como siempre, pero nos sentíamos como unos privilegiados en aquel rinconcito tan familiar, tan nuestro. Es increíble que aún hoy recuerde cada detalle del interior y del exterior de aquel encantador coche.

Ya ven, y aquel tipo dándome a elegir entre un Mercedes y mi añorado seiscientos para encontrar la felicidad, para revivir mis risas de niño, las caricias de mi madre, las cosquillas de mis hermanos, la sonrisa de mi padre. ¿De qué me servía el Mercedes que no llevaba nada dentro, vacío de emociones y recuerdos?.

-          Realmente prefiero un seiscientos –y aquí fui consciente de que no podía explicarle de forma sencilla por qué no necesitaba tanto lujo-

-          No, elegirías el Mercedes, como todo el mundo. Si preguntas en la calle a cualquiera que pase se quedará con el mejor coche; eso quiere decir algo.

-          Bien ¿tiene algo de Mozart?.

-          Por supuesto, faltaría más, te digo que soy músico, la música es mi vida.

-          Bien, ahora salga a la calle y pregunte a cualquiera que pase que le tararee una melodía de Mozart o una de David Bisbal ¿qué cree que pasará?

-          Que cantarán a Bisbal.

-          Exacto, el hecho de que algo esté muy difundido no implica que sea mejor ni peor que otras que se conocen menos.

-          ¿Qué tal algo de Folk? – recabiola del amigo resonante.

-          Me parece bien, que sea irlandés, por favor.

Y ahí acabó la conversación sobre música, por fortuna. Tampoco soy un entendido, para eso tengo amig@s que me orientan en los detalles y tendencias que yo soy incapaz de ver. Pasé la sesión leyendo mi libro con Enya y Loreena Mckennitt de fondo, dejando volar mi imaginación a otros mundos, a otros sueños.

Pero es curioso reflexionar cómo aquellos detalles, las pequeñas cosas de la vida son tan importantes como para acercarnos a la felicidad que es en definitiva hacia dónde aspiramos llegar. La importancia de los pequeños tiempos es el norte para disfrutar unos de otros, para una impronta que nos acompañe toda la vida. Después de 41 años me decanto por compartir momentos con las personas, acariciar las relaciones humanas como quien lo hace con el tesoro más preciado.

Recuerdo un 6 de enero, los Reyes Magos habían pasado por nuestra casa.  Mis mellizos abriendo regalos, apartando juguetes a un lado para ver el próximo. Terminaron la tarde jugando con las cajas de cartón de los regalos, riendo a carcajadas el uno con el otro. Desde entonces Sus Majestades suelen traer menos juguetes y más libros. Les deseo sinceramente un seiscientos en sus vidas.