Tengo unos amigos que son fieles seguidores de las historias de mis padres. Y no es que mis progenitores sean estrictamente algo fuera de lo común, porque quizás cumplan con los estereotipos establecidos –a mi madre se le podrían atribuir unos cuantos-, más bien entiendo que el motivo principal es la combinación de caracteres compatibles-incompatibles entre ellos, dependiendo de la situación hilarante que se plantee.
Uno, mi padre Paco, criado en la posguerra, luchando desde la niñez contra la miseria y el hambre, comenzó a trabajar con 9 años en el gremio del comercio de tejidos. Mundo éste de las telas donde se forjaba un carácter de hombres, de honor y vergüenza torera. Quizás por eso Paco tiene algunas reglas por las que se rige, unas normas de vergüenza castiza y otras que aunque ocultas, también las entiende infranqueables. La corrección en el estar ante cierto tipo de situaciones sociales son máximas para él, la transgresión de estos límites en las ambientes que comento le produce una vergüenza tal que contadas en ciertos círculos son como para morirse de la risa.
La otra, mi madre Lumi, aunque vivió la misma época que mi padre tuvo una vida un poco más desahogada ya que tras la muerte de mi abuelo –su padre- la mandaron a un colegio internado para hijos de la Guardia Civil. Si bien es cierto que mi madre comparte los mismos patrones de comportamiento que Paco en escenarios sociales semejantes, también es conocida su facilidad para romper con todas las reglas que mi padre tiene establecidas. Ella pierde la vergüenza. Me atrevería a decir que en ciertos momentos carece de ella, pero esto no es lo decisivo del asunto, sino la sorpresa, lo inesperado de su comportamiento en momentos donde a uno mismo no se le ocurre ni abrir la boca. Todo esto acompañado de un vocabulario altisonante y vulgar que tampoco se corresponde con el entorno donde se desarrolle la escena.
Como comprenderán sus reacciones no solo afectan a mi padre sino también al individuo que la acompañe en el desgraciado momento que a ella se le ocurra “partir con todo”. A veces aprovecha momentos en los que se rodea de otras personas que la animan, tipo vecinas del Polígono Norte de Sevilla con sobrepeso y cántaros por pechos, que al reír vibran todo su cuerpo con gritos agudos de risas incontenibles y pequeños empujones -entre ellas- a intervalos pequeños.
No me malinterpreten, todo suele desarrollarse en un ambiente distendido que, en Andalucía más que en ningún otro lugar, es más común de lo que pueda parecernos. El ingrediente que le suele dar sabor a estos chascarrillos es la persona que por un momento se escandaliza, el “tierra trágame” que desea al instante tras la situación absurda que está presenciando. Y qué duda cabe, Paco es el mejor protagonista para todos los entornos que se planteen, ya que mientras que Lumi pierde todo sentido del dogma aprendido, él sigue manteniéndolo y por tanto el escándalo es mayúsculo.
Mis queridos amigos me piden a veces que en plan club de la comedia les haga el monólogo de aquella situación absurda que presencié y entiendo que contado verbalmente son más asimilables, sobre todo porque soy mejor orador –en plan chistoso- que escritor. Sin embargo mi queridísima amiga cordobesa me sugirió que debería escribir todas las anécdotas que recordara –que por otro lado son para rellenar un libro-, me pareció una gran idea pero ¿cómo trasladar al papel aquello que solo he transmitido verbalmente?. En principio y en este blog iré escribiendo de vez en cuando algunas historias al alimón con otras cosas que mi ánimo tenga a bien.
Por lo pronto contaré la última que tuve que sufrirle a mi madre, por actual y por corta ya que no me gusta extenderme a riesgo de aburrirte lector. De esta anécdota me libré, por mis experiencias desde la infancia con Lumi, pero es cuando menos un botón de muestra de lo que puede acontecer estando cerca de ella.
En ocasiones, para cumplir con mi jornada extraordinaria he de quedarme a comer fuera de mi casa. Aprovecho entonces para pasarme por la calle Blasco Ibáñez, donde se encuentra el hogar de mis padres en el malogrado barrio del Polígono Norte de Sevilla. Los veo, charlamos, cotilleamos e intercambiamos información de la familia propia y extraña. Se convierte por tanto en punto de conexión familiar para noticias y otros eventos.
Pues bien, llevé a mi madre unos pantalones para que arreglara un descosido. Estaban recién comprados y mi madre gusta mucho de hacer esos trabajillos a sus hijos. Tras examinar el pantalón observó Lumi que el mismo desaguisado estaba en los propios pantalones que llevaba puesto, hermano de los otros. Así que tuve por este motivo que quitarme los pantalones sentándome a comer en calzoncillos. La escena puede parecer de lo más familiar, mi madre con las gafas en la punta de la nariz cosiéndome las prendas y yo engullendo un fabuloso plato de lentejas con chorizo, semidesnudo.
En esto que llaman a la puerta y conociendo las hazañas de mi madre como nadie, le advierto con mi dedo índice levantado y con expresión seria,
-Mamá, estoy en calzoncillos, no pases a nadie extraño por favor.
-No hijo, será tu padre que ha olvidado las llaves, seguramente.
Como digo, la conozco como nadie, así que cuando desaparece por el pasillo hacia la puerta me limpio la boca, me levanto y desaparezco en el cuarto de baño. Dejo la puerta encajada para escuchar la conversación que a continuación les relato:
-Uy, María José, pensaba que era Paco que se ha olvidado las llaves aquí.
.¿No está entonces tu marío, Lumi
-No que no está, pero pasa hija y espéralo que solo está mi hijo, pasa, pasa.
-Hija, no quiero molestá que es la hora de comer.
-Que vas a molestá si esta es tu casa –insiste mi madre.
Tras escuchar los pasos acercándose al salón-comedor instintivamente doy un paso atrás y cierro con cuidado la puerta. La comida seguía humeante en la mesa y se apreciaba como la persona que la estaba disfrutando habíase levantado a medio comer. Si no la conociera me hubiera sorprendido de que invitara a una extraña de la familia a verme en calzoncillos, situación para mí de lo más vergonzosa. Finalmente la vecina viendo el escenario derogó la invitación de mi madre y volvió a su casa. Cuando pregunté a mi madre solo conseguí por toda respuesta un “hijo, se me olvidó que estabas desnudo” nada convincente, sobre todo porque me lo soltó con una sonrisilla y un tembleque en su vientre. Siguió cosiendo los pantalones como si nada. Cuando llegó mi padre y le comenté lo sucedido me espetó un “parece que no conoces a tu madre, a mí me lo hace un día sí y otro también”. La verdad, me inspiró una sonrisa imaginar a mi padre en calzones, rojo como un tomate y sin atreverse a levantarse delante de una vecina del bloque.
Si piensan que hay terminó la cosa van listos. Unos días más tarde acudí a la tienda de electrodomésticos donde trabaja mi conurbana María José, a comprar un lavavajillas, iba acompañado de mi suegra. Tras ciertas negociaciones y con mi suegra atenta me soltó entre frase y frase,
-Y a ver si te veo en casa hijo, aunque estés en calzoncillos, que ya sabes que hay confianza.
Confianza. Confianza pienso, la que te ha dado mi madre dándote todos los detalles íntimos, éstos y a saber cuál más y todo delante de mi suegra, que se queda a cuadros. Imagino que cualquiera que la escuchara podría pensar que recibo en calzoncillos a los visitantes de mi hogar.
En fin, como les digo un desconcierto y un tierra trágame provocados por mi madre directa o indirectamente. Otro día les cuento las famosas anécdotas históricas si les gustó esta. Y si no, también se las cuento. No sea que no quede por escrito.
Ignacio
La AntillaJulio de 2011.
Ja, ja, ¡¡Paco, abre el bolso!!
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