Jugar a la pelota con tu hijo no
debería ser motivo de aprensión, pero cuando tu rodilla hace ¡clac! y tienes
que sentarte debido al tremendo dolor, entonces te preguntas qué demonios
hacías en una pachanga con personas 35 años más pequeñas que tú. Me dolía más
la mirada de Alejandro observando mis muecas de sufrimiento que la propia
articulación, por una parte expresaba preocupación pero por otra culpabilidad.
Y es que ya le advertí, como siempre, “no puedo jugar contigo Ale, la rodilla
podría resentirse” ¿pero quién se niega a jugar con su hijo 10 minutos?
Puestos en antecedentes les
contaré que a las 6 semanas de haber pedido una resonancia magnética recibí la
cita y no se escandalicen si no son andaluces, que me puedo dar con un canto
rodado en los dientes por tan pronta convocatoria. El caso es que como no estoy acostumbrado a
rondar galenos aparqué el vehículo en el parking del hospital y por la puerta
más alejada a traumatología (ole tu arte, miarma) con lo que mi rodilla llegó
en un estado de protesta nivel 5, es
decir, o te sientas o te crujo.
No sé si alguna vez se han hecho
una resonancia magnética en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, si es así
no dejen de leer, pero si no han estado antes les relataré que hay allí un tipo
de lo más peculiar. Cuando ya estás indefenso, a más datos: en bóxer color
negro elegido para la ocasión, con una pierna dentro de un túnel y la otra
angulada como si estuviera uno en el ginecólogo, con el escroto bien pegado a
la máquina, en ese momento y postura en vez de hacerte una pregunta médica te
asalta con la siguiente:
-
¿Te gusta
la música?
-
Sí, claro.
-
¿Qué tipo
de música?
-
No sé,
rock, un poco de todo.
-
¿Qué tipo
de rock? – aquí ya no sabía si estaba en traumatología o en La Voz.
-
Pues 091,
Lori Meyers, Los Planetas…
-
¿Pink
Floyd?
-
La verdad,
prefiero los que le he dicho.
-
Tengo 60
GB de memoria que contienen todo tipo de música ¿y tú me pides esa basura?
– reconozco que ahí tuve que echar mano a todas mis técnicas de temple shaolín
cinturón negro quinto dan- Soy músico y
no entiendo cómo puedes comparar 091 que no los conoce nadie con Pink Floy -sentenció.
-
La verdad,
no me veo en un concierto de 3 horas con Pink Floyd.
-
Te estoy
ofreciendo un Mercedes y tú eliges un “seiscientos”
Y ahí, que quieren que les diga,
no pude evitar acordarme de ese cochecito molón que teníamos en mi piso del
Polígono Norte. No había dinero, el coche que teníamos, un Seat 600 D, había
sido adquirido tiempo atrás de segunda mano. Mi padre, Paco, le tenía un cariño
especial porque el anterior dueño fue un gran amigo y falleció dejándole casi
en herencia aquel 600 color beige. Había que empujarlo para arrancar, íbamos
apretujados mis padres y los 3 hermanos (en ocasiones llevábamos también
algunas jaulas de canarios), hacía frío o calor y olía a gasolina.
Éramos realmente felices con tan
poco, para nosotros era nuestro coche, conscientes en todo momento en que había
vehículos mejores, pero convencidos de que aquel pequeño era parte de nuestra
familia. Nos llevaba y paseaba por Sevilla, estaba impregnado de nosotros, con
nuestro olor, nuestras ilusiones y todo el cariño del mundo. Tantos recuerdos
de los momentos que vivimos allá donde pudo llevarnos, su motor protestando
como siempre, pero nos sentíamos como unos privilegiados en aquel rinconcito
tan familiar, tan nuestro. Es increíble que aún hoy recuerde cada detalle del
interior y del exterior de aquel encantador coche.
Ya ven, y aquel tipo dándome a
elegir entre un Mercedes y mi añorado seiscientos para encontrar la felicidad,
para revivir mis risas de niño, las caricias de mi madre, las cosquillas de mis
hermanos, la sonrisa de mi padre. ¿De qué me servía el Mercedes que no llevaba
nada dentro, vacío de emociones y recuerdos?.
-
Realmente
prefiero un seiscientos –y aquí fui consciente de que no podía explicarle
de forma sencilla por qué no necesitaba tanto lujo-
-
No,
elegirías el Mercedes, como todo el mundo. Si preguntas en la calle a
cualquiera que pase se quedará con el mejor coche; eso quiere decir algo.
-
Bien
¿tiene algo de Mozart?.
-
Por
supuesto, faltaría más, te digo que soy músico, la música es mi vida.
-
Bien,
ahora salga a la calle y pregunte a cualquiera que pase que le tararee una
melodía de Mozart o una de David Bisbal ¿qué cree que pasará?
-
Que
cantarán a Bisbal.
-
Exacto, el
hecho de que algo esté muy difundido no implica que sea mejor ni peor que otras
que se conocen menos.
-
¿Qué tal
algo de Folk? – recabiola del amigo resonante.
-
Me parece
bien, que sea irlandés, por favor.
Y ahí acabó la conversación sobre
música, por fortuna. Tampoco soy un entendido, para eso tengo amig@s que me
orientan en los detalles y tendencias que yo soy incapaz de ver. Pasé la sesión
leyendo mi libro con Enya y Loreena Mckennitt de fondo, dejando volar mi
imaginación a otros mundos, a otros sueños.
Pero es curioso reflexionar cómo
aquellos detalles, las pequeñas cosas de la vida son tan importantes como para
acercarnos a la felicidad que es en definitiva hacia dónde aspiramos llegar. La
importancia de los pequeños tiempos es el norte para disfrutar unos de otros,
para una impronta que nos acompañe toda la vida. Después de 41 años me decanto
por compartir momentos con las personas, acariciar las relaciones humanas como
quien lo hace con el tesoro más preciado.
Recuerdo un 6 de enero, los Reyes
Magos habían pasado por nuestra casa.
Mis mellizos abriendo regalos, apartando juguetes a un lado para ver el
próximo. Terminaron la tarde jugando con las cajas de cartón de los regalos,
riendo a carcajadas el uno con el otro. Desde entonces Sus Majestades suelen
traer menos juguetes y más libros. Les deseo sinceramente un seiscientos en sus
vidas.



