Foto de Ignacio

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Ignacio mismo

domingo, 1 de diciembre de 2013

El seiscientos de la felicidad


Jugar a la pelota con tu hijo no debería ser motivo de aprensión, pero cuando tu rodilla hace ¡clac! y tienes que sentarte debido al tremendo dolor, entonces te preguntas qué demonios hacías en una pachanga con personas 35 años más pequeñas que tú. Me dolía más la mirada de Alejandro observando mis muecas de sufrimiento que la propia articulación, por una parte expresaba preocupación pero por otra culpabilidad. Y es que ya le advertí, como siempre, “no puedo jugar contigo Ale, la rodilla podría resentirse” ¿pero quién se niega a jugar con su hijo 10 minutos?

Puestos en antecedentes les contaré que a las 6 semanas de haber pedido una resonancia magnética recibí la cita y no se escandalicen si no son andaluces, que me puedo dar con un canto rodado en los dientes por tan pronta convocatoria.  El caso es que como no estoy acostumbrado a rondar galenos aparqué el vehículo en el parking del hospital y por la puerta más alejada a traumatología (ole tu arte, miarma) con lo que mi rodilla llegó en un estado de protesta nivel  5, es decir, o te sientas o te crujo.

No sé si alguna vez se han hecho una resonancia magnética en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, si es así no dejen de leer, pero si no han estado antes les relataré que hay allí un tipo de lo más peculiar. Cuando ya estás indefenso, a más datos: en bóxer color negro elegido para la ocasión, con una pierna dentro de un túnel y la otra angulada como si estuviera uno en el ginecólogo, con el escroto bien pegado a la máquina, en ese momento y postura en vez de hacerte una pregunta médica te asalta con la siguiente:

-          ¿Te gusta la música?

-          Sí, claro.

-          ¿Qué tipo de música?

-          No sé, rock, un poco de todo.

-          ¿Qué tipo de rock? – aquí ya no sabía si estaba en traumatología o en La Voz.

-          Pues 091, Lori Meyers, Los Planetas…

-          ¿Pink Floyd?

-          La verdad, prefiero los que le he dicho.

-          Tengo 60 GB de memoria que contienen todo tipo de música ¿y tú me pides esa basura? – reconozco que ahí tuve que echar mano a todas mis técnicas de temple shaolín cinturón negro quinto dan- Soy músico y no entiendo cómo puedes comparar 091 que no los conoce nadie con Pink Floy -sentenció.

-          La verdad, no me veo en un concierto de 3 horas con Pink Floyd.

-          Te estoy ofreciendo un Mercedes y tú eliges un “seiscientos”

Y ahí, que quieren que les diga, no pude evitar acordarme de ese cochecito molón que teníamos en mi piso del Polígono Norte. No había dinero, el coche que teníamos, un Seat 600 D, había sido adquirido tiempo atrás de segunda mano. Mi padre, Paco, le tenía un cariño especial porque el anterior dueño fue un gran amigo y falleció dejándole casi en herencia aquel 600 color beige. Había que empujarlo para arrancar, íbamos apretujados mis padres y los 3 hermanos (en ocasiones llevábamos también algunas jaulas de canarios), hacía frío o calor y olía a gasolina.

Éramos realmente felices con tan poco, para nosotros era nuestro coche, conscientes en todo momento en que había vehículos mejores, pero convencidos de que aquel pequeño era parte de nuestra familia. Nos llevaba y paseaba por Sevilla, estaba impregnado de nosotros, con nuestro olor, nuestras ilusiones y todo el cariño del mundo. Tantos recuerdos de los momentos que vivimos allá donde pudo llevarnos, su motor protestando como siempre, pero nos sentíamos como unos privilegiados en aquel rinconcito tan familiar, tan nuestro. Es increíble que aún hoy recuerde cada detalle del interior y del exterior de aquel encantador coche.

Ya ven, y aquel tipo dándome a elegir entre un Mercedes y mi añorado seiscientos para encontrar la felicidad, para revivir mis risas de niño, las caricias de mi madre, las cosquillas de mis hermanos, la sonrisa de mi padre. ¿De qué me servía el Mercedes que no llevaba nada dentro, vacío de emociones y recuerdos?.

-          Realmente prefiero un seiscientos –y aquí fui consciente de que no podía explicarle de forma sencilla por qué no necesitaba tanto lujo-

-          No, elegirías el Mercedes, como todo el mundo. Si preguntas en la calle a cualquiera que pase se quedará con el mejor coche; eso quiere decir algo.

-          Bien ¿tiene algo de Mozart?.

-          Por supuesto, faltaría más, te digo que soy músico, la música es mi vida.

-          Bien, ahora salga a la calle y pregunte a cualquiera que pase que le tararee una melodía de Mozart o una de David Bisbal ¿qué cree que pasará?

-          Que cantarán a Bisbal.

-          Exacto, el hecho de que algo esté muy difundido no implica que sea mejor ni peor que otras que se conocen menos.

-          ¿Qué tal algo de Folk? – recabiola del amigo resonante.

-          Me parece bien, que sea irlandés, por favor.

Y ahí acabó la conversación sobre música, por fortuna. Tampoco soy un entendido, para eso tengo amig@s que me orientan en los detalles y tendencias que yo soy incapaz de ver. Pasé la sesión leyendo mi libro con Enya y Loreena Mckennitt de fondo, dejando volar mi imaginación a otros mundos, a otros sueños.

Pero es curioso reflexionar cómo aquellos detalles, las pequeñas cosas de la vida son tan importantes como para acercarnos a la felicidad que es en definitiva hacia dónde aspiramos llegar. La importancia de los pequeños tiempos es el norte para disfrutar unos de otros, para una impronta que nos acompañe toda la vida. Después de 41 años me decanto por compartir momentos con las personas, acariciar las relaciones humanas como quien lo hace con el tesoro más preciado.

Recuerdo un 6 de enero, los Reyes Magos habían pasado por nuestra casa.  Mis mellizos abriendo regalos, apartando juguetes a un lado para ver el próximo. Terminaron la tarde jugando con las cajas de cartón de los regalos, riendo a carcajadas el uno con el otro. Desde entonces Sus Majestades suelen traer menos juguetes y más libros. Les deseo sinceramente un seiscientos en sus vidas.
 

lunes, 11 de noviembre de 2013

El informe de Chlonax45K

Informe preliminar 88UCUCW889_32.71.P
Asunto: Estado actual y previsiones del planeta autodenominado Tierra. Sistema Solar. Galaxia 599.034 del vigésimo séptimo cuadrante.
Autor: Chlonax45K
Cargo: Técnico explorador de segundo grado, nivel octavo.
Origen del informe: Luna 52 del planeta Phaniax. Sistema Monbb, tercera estrella.
Fecha: 233 de la sexta era eclosionar.
Tras el depósito de las primeras muestras es deseo del Consejo de la Galaxia Principal, en adelante CGP, realizar un estudio integral sobre el planeta autodenominado Tierra, encargo que recibimos hace pocos senos  y del que hemos alcanzado los datos y conclusiones que a continuación se detallan.
Aunque en principio el estudio solicitado por el CGP generalizaba el sistema solar, nos hemos centrado en el planeta con mayor vida desarrollada, donde se depositaron los especímenes. En estudios preliminares se encontraron trazas de vida bacteriológica en Io y Marte. Especies estas últimas sin interés ni evolución destacada con las bacterias ya conocidas en nuestras bases de datos.
Se encuentra el Sistema Solar en la Vía Láctea, galaxia 599.034 del vigésimo séptimo cuadrante. Contando el mencionado sistema con una estrella de vida media llamada desde la Tierra “Sol”. Es por tanto núcleo de nuestro informe este planeta en el que la vida ha llegado a ser dominada por individuos de niveles conscientes. Coexisten en el planeta Tierra especies animales, vegetales y hongos, estos últimos podrían tener su origen en esporas procedentes de sistemas cercanos, depositados por algún descuido o error de cálculo. Todos los medios han sido invadidos por la Vida, incluso en condiciones de temperaturas o presiones extremas.
 La evolución no ha tomado alineaciones diferentes a los de otros planetas cuyos informes y conclusiones fueron presentados al CGP y ratificados por el excelentísimo Pueblo, por lo que no ahondaremos en este estudio más allá de notificar su existencia e inventariar las coincidencias con las especies de otros planetas (ver bases de datos actualizables).
A la fecha de redacción del presente informe la esperada especie dominante es la autodenominada Ser humano u Hombre. Esta especie ha combinado la natural necesidad de la supervivencia y procreación (la segunda consecuencia de la primera y viceversa) con la consciencia del “yo”, provocando la esperada reacción violenta para acumulación de medios de conservación hasta límites insospechados. Es indudable, como ya demostraron los antiguos, que para perseverar la vida de una especie los individuos pueden presentar cuadros de violencia –incluso para los de su propia gens-, emigraciones, evoluciones, etc. Sin embargo, el Hombre ha desarrollado un natural desprecio contra cualquier clase de vida cuya consciencia del “yo” estuviera en duda o fuera evidentemente nula, incluso contra los de su misma especie pero distinta raza.
Dentro de la especie humana hay divisiones racistas, sexuales e ideológicas que han llevado la violencia entre gens, siendo estos casos de lo más sorprendentes, ya que no son razones evolutivas naturales para defender la supervivencia. Este egoísmo antinatural muestra al Hombre como un animal extremadamente territorial, ya sea contra los de su misma especie como contra especies vegetales o animales, no permitiendo el traspaso de los límites establecidos e invadiendo de forma sistemática otros ecosistemas. Estas invasiones provocan, como ya conocemos de otros casos, el exterminio de las especies autóctonas e indígenas. El dominio del ser humano sobre toda vida ha contribuido a la existencia de la esclavitud, como algo legal y aceptado desde el orígen del hombre y como yugo subyacente posteriormente, quedando patente  este hecho a la fecha de redacción del informe.
……
Sistemas de comercio
Es conocido por todo informador que el comercio dentro de especies conscientes deriva en las primeras fases de violencias sin motivos naturales, es decir, sin más inspiración que la acumulación innecesaria de riquezas. La provisión de recursos es un proceso  observado en otras especies, formando parte del equilibrio del ecosistema donde se encuentre, sin embargo en la especie humana es una infección que ha contagiado inevitablemente a todos los individuos del planeta. Mientras que en animales no conscientes el  instinto les lleva a la provisión de vituallas para asegurar el suministro, en el ser humano trata de un deseo irracional por encontrarse en los niveles sociales más altos. Para ello, el intercambio,  la simbología fácil del denominado dinero (véase anexo 441-2), el engaño para dejar funciones penosas a una mayoría y riquezas en una minoría son algunas de las armas utilizadas por los individuos más abyectos de las sociedades conscientes civilizadas. De esta forma y a la postre los recursos naturales del planeta, bien de forma directa mediante actos de violencia y opresión, bien por acuerdos engañosos entre gens, terminan por mantener en lo alto de la pirámide a unos pocos en detrimento de una mayoría que, en muchos casos quedan exterminados.
…..
Religión
En todos los implantes de los sistemas seleccionados se han desarrollado del mismo modo las religiones, germinando sistemas politeístas y predominando finalmente los monoteístas. Aunque las variables han sido siempre combinaciones interminables en todos los cultivos se ha usado la religión como adoctrinamiento del prójimo, arma de convicción para dominio de la mayoría por una minoría de individuos y al servicio del mismo objetivo de supremacía humana. Así mismo en el planeta autodenominado Tierra el mensaje de las religiones predominantes ha sido siempre el contrario de la condición humana, por lo que el hombre se ha visto perpetuamente en la lucha interna consigo mismo, con su propio Yo egoísta y superviviente. Muchas de las religiones con más aceptación convergen en el mismo punto de fraternidad entre seres humanos, sin embargo paradójicamente son las religiones una de las principales causas del exterminio entre hombres.
…..
Conclusiones
Como saben es éste un informe preliminar en el que las conclusiones están condicionadas a estudios posteriores, pero creemos estar en la certeza de que la especie humana es nociva para el planeta autodenominado Tierra.
Creemos estar en lo cierto cuando informamos de que éste intento, el decimo quinto, ha sido fallido como los demás. El resultado esperado, sobre todo después de haber controlado la fusión del átomo, es el mismo que los anteriores intentos: la destrucción total del planeta.
Como base para el estudio de este animal consciente descubierto en el sistema HACH-8.24 es suficiente. En el 100% de los casos los humanos descubren el comercio, pasan de luchar por la supervivencia a hacerlo por la supremacía de unos pocos.
Se recomienda la aniquilación de la especie para que el planeta pueda sobrevivir.
Todo lo expuesto queda a disposición del CGP para la ratificación del Excelentísimo Pueblo, si se estima conveniente.
Fin del informe preliminar.
Chlonax45K
Técnico explorador de segundo grado, nivel octavo.
 

martes, 4 de junio de 2013

El listillo novato (I)


Dedicado a l@s amantes de lo cotidiano.

Pues sí, yo fui uno de ellos, uno de esos que se pasaron de listo y sufrieron las consecuencias. Tengo que confesar que en más de una ocasión, de ahí que lo escriba aquí, sino no habría caso ni experiencias de las que ahora recuerdo con una sonrisa, pero que en su momento fueron harto desagradables.

Y es que nunca he sabido callarme, ni estarme quieto ante ciertos desajustes de fuerza, justicia o verdades, y no es que sea un héroe, no que va, solo un listillo que cuando quiso darse cuenta ya era tarde.

El primero fue tardío, a los 11 años cursaba mis estudios en la céntrica Academia Politécnica Sevillana, allá en la plaza de San Martín, muy cerca de la Alameda, donde aún estaban en activo aquellas prostitutas de sillas de enea, abanicos y chanclas; que cuando iba a recoger la pelota embarcada me soltaban un “niño, pasa rápido que me espantas los clientes” o un “mira que estirao, lo pronto que vas a venir por aquí, no te olvides de mí, miarmaaaa” y esas lindezas de la calle Divina Enfermera. Yo pasaba con la cabeza gacha, avergonzado por los comentarios, aunque sonriente porque aquellas señoras me trataban como si mi niñez no fuera una barrera, porque su trato era más cercano y amable que el de muchos compañeros de la escuela. Total, que mi tía nos pagaba el colegio privado para que no nos formáramos en el del Polígono Norte, dónde la droga y la delincuencia eran la norma. Eso no impedía que hubiera allí también, aún con el pago mensual, gamberros de tomo y lomo. Yo siempre me movía en los bajos fondos, cerca de los indeseables, pero con aspecto de niño bueno, de ese que está en el sitio equivocado y esto me hacía pasar desapercibido para propios y extraños. El caso es que como les digo, a los 11 años existía en la Academia un matón de 13 llamado Vázquez, repetidor y repetidor, con más cuerpo que un buey y con peor mala leche, maltratador de todos los alumnos del centro y de algún maestro. Llevaba este medio hombre una piara de acólitos a su alrededor allá donde iba, que le hacían de banda y que le reían las risas, pegaban/robaban por él y, ojo al dato, le buscaban colillas de tabaco para ofrecérselas. Porque Vázquez, aunque muy machote y muy mayor, no tenía un duro para tabaco, así que aunque fumador empedernido tenía que conformarse con lo que le caía por parte de sus allegados.

No sé cómo pasó, no sé por qué aquella idea absurda y alocada llegó a parecerme una “buena idea”, pero lo cierto es que me entretuve un buen rato en encontrar medio cigarro abandonado que no estuviera pisoteado, otro buen rato en encontrar un excremento fresco de perro (o gato vaya usted a saber), mojar la boquilla del pitillo allí y esperar a que secase el tiempo justo en que pasaba Vázquez. Corría muchos riesgos sin venir a cuento, por ejemplo que le llegase el nauseabundo olor, o que me hubieran visto en mi delictivo acto, o que me diera a fumar primero, o mil cosas que me pasaron de sien a sien. Me miró con cara extrañada, lo aceptó como todos y se lo llevó a la boca para encenderlo. Con la primera bocanada me invadió una satisfacción enorme, le sonreí (por el engaño) y él me devolvió la sonrisa con un “gracias Rivero, no esperaba esto de ti”. Le di las gracias y me encaminé al autobús que me llevaría de vuelta al Polígono Norte.

A la mañana siguiente, muy temprano y antes de entrar a clase, alguien me comentó la siguiente noticia, “fulano de tal te vio mojar el cigarro en la mierda y luego se enteró de que le habías dado una colilla a Vázquez” y lo que fue peor y me heló la sangre, “fulano se ha chivado a Vázquez y éste ha dicho que en el descanso del recreo te va a machacar la cara”. Imaginen que tembleque de piernas, que escalofrío por la espalda y que dolor de barriga instantáneo. Así que en el recreo hice lo que tenía que hacer, correr como un pollo sin cabeza y esconderme como una lagartija. Todo fue inútil, su banda bien sincronizada (no hay que desmerecer a la técnica militar de aquellos matones) me atrapó en seguida y esperaron a que llegara Vázquez. Alguien me contó luego que avisaron a mi hermano Francisco, que debatía sobre la hipotenusa de la galaxia 4 con amigos de su alta alcurnia, pero no llegó el aviso a tiempo (o eso prefiero recordar).

Me agarró por las solapas de la trenca, me levantó dos palmos del suelo y me gritó muy cerca de la cara aquello de “¿tú sabes lo que has hecho, enano de mierda?” y pronunciar aquella última palabra, que le devolvía a la boca aquello que fumó, le enfadó aún más, así que levantó el brazo y, bueno además de listillo soy un tipo con suerte, en ese momento el director, Juan Cabezas apareció por la esquina y agarró a Vázquez por el cuello dándole empellones. Los mirones, acólitos y otros indeseables se dispersaron inmediatamente. Mi buena suerte no acabó ahí, pues a este medio hombretón lo expulsaron al poco por problemas con la autoridad docente, así que mi fechoría quedó sin sangre, aún no sé cómo.

Imagino que Vázquez tuvo luego problemas mucho más serios que vengarse del “enano de mierda” o del “enano que me dio la mierda”, pero durante algunas semanas cuando volvía de clase estuve mirando mi retaguardia para no tener a mi espalda más que el Sol.

No crean que aquello trascendió lo más mínimo, en la misma semana mi proeza había quedado en nada y yo volvía a ser un gamberrete con cara de bueno, pero aquella experiencia me hizo andar con paso firme y la cabeza bien alta por la calle Divina Enfermera. 

Ya ven, me hubiera gustado escribirles otra pasada de listillo de un servidor, pero se agota el papel virtual al que les tengo acostumbrados, así que mejor guardo munición para la próxima.
 

miércoles, 3 de abril de 2013

Avispas


Supongo que la primera vez que mis padres lo vieron tuvo que ponerles alerta. Cuando se nace alérgico a las picaduras de insectos no te das (o se dan) cuenta hasta que no recibes tu bautizo, tu primer picotazo. Imagino a mis progenitores mirando con asombro la hinchazón desmesurada y caliente que iría creciendo hasta límites insospechados.

De ahí mi fobia a las avispas, esas patilargas rayadas que vuelan como si no le importáramos un pimiento, pero que a la mínima ¡ay! estás aguijoneado. ¿Por qué fobia a ellas y no a otros insectos? La razón se encuentra en la finca de Alcalá de Guadaira donde pasé aquellos veranos de la infancia.

Como ya he contado en alguna ocasión la finca tenía dos albercas de acumulación de aguas para regadío. La mayor hacía a su vez las funciones de piscina con el agua límpida y helada del pozo. Pues bien, para llegar desde la casa familiar hasta la alberca-piscina existía un camino que paliaba los rayos del Sol con un emparrado. Estas parras tenían la sana costumbre de llenarse de uvas, las cuales eran un manjar para las avispas y abejorros. Mientras que mis hermanos paseaban tranquilamente hasta el baño helado, yo corría como si me persiguiera el demonio, y hasta que no me encontraba al otro lado de aquel pasillo infernal no dejaba de galopar mi corazón.

El caso es que todo el territorio estaba infestado de estos desagradables insectos. Anidaban en los rincones de los edificios, en los bordes de los cipreses y bebían en los pilones de las bestias. Recuerdo que no había portal de edificio por el que pudiera entrar tranquilo, siempre de un salto, oyendo a mi alrededor el zumbido de sus alas que me provocaban pánico. Si el edificio era de poco cuidado, como el establo de las vacas, era peor, pues nadie se preocupaba de quitar de vez en cuando los panales.

Pero no siempre escapaba de sus aguijones, me picaron docenas de veces, ahora bien, tuvieron el cuidado de picarme de una en una. Dos o más picaduras simultáneas y corriendo al hospital más cercano, una o dos en cuello o lengua y adiós muy buenas.
 
Así que para mí jugar al escondé (el escondite) tenía doble dificultad. No sólo buscaba un buen lugar donde no ser visto, además que estuviera “limpio” de avispas. Una de tantas veces me acuclillé junto a un ciprés, era un sitio estupendo y  a la sombra del implacable Sol del verano. Observaba como mis hermanos y primos corrían y buscaban mientras yo, protegido por la vegetación les vigilaba. Un sudor frío me recorrió la columna cuando descubrí junto a mi cara un panal esférico, repleto de furiosas avispas. Mantuve la calma no sé cómo y me levanté lentamente, puse un pie delante de otro muy despacio y comencé una huida ridícula, como a cámara lenta, pensando pasar de este modo inadvertido. Solo cubría mis vergüenzas con un bañador así que el terrible insecto lo tuvo fácil cuando a dos metros del panal sentí el pinchazo y la quemazón instantánea en el muslo. Mis padres aplicaron el remedio casero de siempre, barro de vinagre sobre la picadura secado al Sol, dicho sea de paso tengo el olor a tierra avinagrada metido en la cabeza de por vida y relacionado con momentos de dolor y miedo. El caso es que la hinchazón no se contuvo, así que me vistieron rápidamente y me llevaron a Sevilla, pero una vez allí la inflamación era tal que tuvieron que cortar a tijeretazos los pantalones. Una roncha rosada y ardiente de unos 15 cm de largo y un muslo inflamado fue el recuerdo que me llevé de aquella tarde.

Me picaron en casi todas partes, en la cara, en todas las extremidades, en un costado. Y siempre el mismo remedio rápido: barro de vinagre aplicado directamente sobre la picadura.

Un día mi padre se apiadó de mi existencia. Me levanté por la mañana y lo vi con dos cañas de las que usábamos para coger higos chumbos. Estas cañas están rajadas en su extremo y abiertas con un canto para manipular el fruto de la chumbera sin pincharse con las espinas. Así que empapó un trapo en gasoil y lo colocó con una cuerda de cáñamo en la punta del instrumento. “Apártate y vete bien lejos que esto se va a poner bonito de avispas” me dijo. Por todos era sabido que una avispa irritada (se decía que las irritaba el calor, por este motivo picaban más en verano a mediodía y en las primeras horas de la tarde) aguijoneaba sin mirar a quién y varias veces, y mi padre las iba a enfadar hasta límites peligrosos. La expectación era importante, solo mis hermanos podían estar cerca del acontecimiento. Yo miraba desde el garaje, por encima del Seat 131 de mi tío, para prevenir que cualquier insecto se acercara con las fuerzas suficientes. Me armé con un bolo de plástico y observé como mi padre y el contratado de la finca encendían los trapos empapados, pronto un humo negro  invadió los panales provocando la caída masiva de insectos, sus cuerpos laxos llenaban el suelo del porche. Algunas escapaban sorprendentemente pero a los pocos metros caían inertes al embaldosado cerámico, otras aún movían sus cuerpecitos que eran aplastados por mi vengativo bolo. Poco a poco y de panal en panal fueron limpiando la finca mientras un sentimiento de satisfacción y venganza me invadía el corazón.

Pero como uno no aprende ni a picotazos, también recuerdo que mis hermanos y yo capturábamos avispas a primera hora de la mañana (cuando aún no están enfadadas) y les arrancábamos las alas, luego las soltábamos en las cercanías de un hormiguero seleccionado y observábamos la lucha encarnizada. El final de la batalla era siempre el mismo, muchas hormigas morían atravesadas por el abdomen asesino del insecto rayado, pero inevitablemente arrastraban hacia las profundidades a su nuevo alimento mientras pataleaba incesantemente. Mis hermanos corrían luego a por otra avispa o a jugar en otro lugar, pero yo me quedaba siempre degustando el recuerdo vengativo que acababa de presenciar.

¿Remedios para que no te piquen y que nunca sirvieron?, todos. Créanme cuando les digo que no funciona el barro de vinagre, ni morderse la lengua, ni quedarse quieto como estatua de Boteros o correr como alma que lleva el diablo. Lo único que funciona es no estar allí cuando están con la “inrritación del calor”.

En estos últimos años solo recibo picotazos de mosquitos, mientras al resto de mortales les supone una molestia de un día o dos a mí me resulta una hinchazón desmesurada y un escozor por dos semanas, festivos incluidos. Cuando viajo siempre llevo conmigo un anti-mosquitos eléctrico y una crema repelente, para evitar cualquier succión nocturna.

Estoy por crear una plataforma pro libélulas, esas encantadoras criaturas que les da por comer avispas cuando les entra apetito o promover a los murciélagos comedores de mosquitos. Si como he oído por ahí a alguno decir “más cornás da el hambre”, yo les escribo “más picotazos da la vida”.