La arena del antiteatro ardía y quemaba
los pies desnudos de Luminus. Al dejar atrás la puerta triumphalis y entrar en la galería notó como su piel tostada
de gladiador se enfriaba
poco a poco. En el exterior,
los gritos de la plebe de Itálica iban amortiguándose por la distancia
y porque su adversario, un tracio muy pesado,
acababan de llevárselo arrastrando su cadáver
inerte. Sudaba profusamente cuando se desprendió de su enorme casco de murmillo,
jadeaba por el esfuerzo y por el miedo. Había hecho todo lo que debía, parapetarse con su escudo,
su gladio dispuesta a dispararse como una serpiente, la pierna izquierda protegida por la greba delante y la derecha
detrás. Esperó un error del contrincante, pero la sica del tracio no paraba de bailar cerca de su cuerpo y eso lo llenaba de nervios. En una
tirada de su adversario pudo ver
el costado desnudo del otro y hundió sin misericordia la gladio
recortada entre sus costillas, alcanzando desde abajo su corazón.
Del golpe tan tremendo
la espada se quedó atrapada
en aquel torso que ya se tambaleaba, Luminus soltó la empuñadura a sabiendas
de que todo había acabado. El tracio dejó caer su sica y su escudo, agarrando con ambas manos la gladio, pero nada más pudo hacer,
al segundo yacía en la arena
caliente y su sangre la hacía
barro rojo.
Hacía mucho que un editor no le escogía para un combate a muerte,
pero este tenía pretensiones
políticas y quería ganarse el voto del público.
Veterano hasta lo impensable pensaba, “demasiados años para un gladiador” mascullaba Luminus, mientras sopesaba que en el próximo combate caería sin remedio. Sus movimientos cada día más lentos y torpes no podían competir con adversarios más jóvenes y ágiles.
Meditó sobre ello mientras desataba
su manica y su greba, la gladio se la
habían quitado antes de salir,
un esclavo no debía
llevar armas.
Efectivamente nació esclavo. Su madre, esclava también al servicio del lanista, murió en las fauces de una fiera en los caminos exteriores de la ciudad.
Eran las sendas que llevaban al gran río Betis
y en sus orillas cayó bajo la furia
de la bestia mientras hacía un recado, cuando él contaba
con tan solo 4 años. El niño, que acompañaba a su madre, al correr espantado quedó atrapado en unas zarzas. Cuando otros esclavos del lanista lo encontraron llevaba 2 días completos
expuestos al Sol, tenía la piel desgarrada de quemaduras y en un estado de deshidratación avanzado, nadie daba una moneda por su vida. Pero no murió. Se recuperó para sorpresa de todo el ludus. Los gladiadores, siempre supersticiosos, atribuyeron a la protección de Febo la proeza de su supervivencia, y poco a poco el apodo de Luminus
quedó grabado como su nombre de esclavo.
El niño creció sirviendo
a las necesidades del ludus, limpiar letrinas, ayudando al médico, esclavo de la cocina, mantener la plaza de entrenamiento y siempre
entre hierros, armas, vida y muerte.
Dormía en la despensa,
se levantaba al alba y preparaba
las viandas para el desayuno, a sabiendas
durante toda la
adolescencia que su destino era la arena del anfiteatro. Al llegar a la edad adulta y por la magnitud
de su cuerpo los murmillos lo acogieron y lo entrenaban al final del día. Combate a combate su cuerpo se fue formando hasta poder resistir lo necesario y dar un excelente espectáculo al pueblo de Roma en Itálica.
Pero hoy era distinto, hoy estaba exhausto y dio mentalmente las gracias a Némesis
por permitirle vivir unos días más. Fuera, en la arena del anfiteatro, seguía la lucha. Se incorporó y se asomó
por una de las troneras,
un retiario llamado
Salonio tenía acorralado
a un secutor
que había perdido su escudo y estaba atrapado en su red. Salonio se acercaba
lentamente con su tridente para acabar con su adversario sin riesgos. El viejo murmillo volvió a sentarse,
estaba hastiado de sangre y dolor, cansado del
griterío y del miedo. De
pronto un silencio y al instante
el clamor volvió a sonar en
todo el graderío,
sin duda el secutor había
caído.
Al poco entró el retiario
en los pasillos, también sudaba y llevaba
el brazo teñido de sangre de su oponente hasta el galerus. Al ver a Luminus
sentado en el suelo, desprendido de su armadura,
se paró en seco por costumbre, alerta. Se miraron cansados, jadeantes, sin recelos, un halo de honor de guerreros
les unía. Le habían
quitado el tridente, pugio y red y poco a
poco se quitaba la manica
para estar más cómodo.
Así quedaron por un tiempo,
descansando, sin mirarse si quiera.
Al rato entró el
lanista con un médico para revisar
el estado de los
guerreros.
En
esta ocasión no tenía más que arañazos,
pero recordó aquel fatídico día en el gran anfiteatro Flavio, en Roma, cuando una
espantosa herida proporcionada
por
un murmillo temible llamado
Celadus de Gades le obligó a pedir la misio al
Summa Rudis, colocó su gladio a la espalda, tiró su enorme
escudo y levantó
el dedo índice
para solicitar rendición y compasión
al público. Mientras la plebe gritaba él sangraba
por la axila profusamente y su visión comenzaba a desvanecerse. La plebe, las sacerdotisas de Vesta y el divino Adriano tuvieron a bien considerar que su combate
había sido digno de salvar la
vida, esa vez. El mejor médico que pudo pagar su lanista le cerró la herida y llamó a los esclavos pos si había que sacarle el hígado y la sangre, pues su muerte era más
que
segura. Pero tampoco en aquella ocasión
terminaron sus días. Sobrevivió a las
heridas y al viaje de vuelta
a Itálica.
Pasó un tiempo entre fiebres
y delirios,
pero cuando pudo andar lo nombraron Magister
del Ludus,
maestro de combate y
gladiador veterano.
Hoy
el médico revisa completamente desnudo al Magister Luminus, no
sería la primera vez que encuentra
cortes o roturas
que el gladiador, por la ansiedad
del combate, aún no ha descubierto. El valor de este murmillo
es muy elevado, al lanista le ha costado mucho dinero mantenerlo hasta hoy y lo necesita
con vida. Su dueño observa todo esto desde el otro lado de la galería,
mientras habla con los esclavos
de algunas dominas que requieren
los servicios carnales de los vencedores, les convence de que el murmillo
es también veterano en las tareas íntimas,
él por supuesto se
llevará una parte del coste. Para Luminus el día aún no ha terminado, seguirá hasta que las
necesidades de sangre, violencia, dinero
y sexo hayan satisfecho
a todos los públicos.

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