Foto de Ignacio

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Ignacio mismo

viernes, 16 de octubre de 2020

Luminus, esclavo y magister, breve historia de un murmillo de Itálica.

 

La arena del antiteatro ardía y quemaba los pies desnudos de Luminus. Al dejar atrás la puerta triumphalis y entrar en la galería notó como su piel tostada de gladiador se enfriaba poco a poco. En el exterior, los gritos de la plebe de Itálica iban amortiguándose por la distancia y porque su adversario, un tracio muy pesado, acababan de llevárselo arrastrando su cadáver inerte. Sudaba profusamente cuando se desprendió de su enorme casco de murmillo, jadeaba por el esfuerzo y por el miedo. Había hecho todo lo que debía, parapetarse con su escudo, su gladio dispuesta a dispararse como una serpiente, la pierna izquierda protegida por la greba delante y la derecha detrás. Esperó un error del contrincante, pero la sica del tracio no paraba de bailar cerca de su cuerpo y eso lo llenaba de nervios. En una tirada de su adversario pudo ver el costado desnudo del otro y hundió sin misericordia la gladio recortada entre sus costillas, alcanzando desde abajo su corazón. Del golpe tan tremendo la espada se quedó atrapada en aquel torso que ya se tambaleaba, Luminus soltó la empuñadura a sabiendas de que todo había acabado. El tracio dejó caer su sica y su escudo, agarrando con ambas manos la gladio, pero nada más pudo hacer, al segundo yacía en la arena caliente y su sangre la hacía barro rojo.

Hacía mucho que un editor no le escogía para un combate a muerte, pero este tenía pretensiones políticas y quería ganarse el voto del público.

Veterano hasta lo impensable pensaba, demasiados años para  un  gladiador”  mascullaba Luminus, mientras sopesaba que en el próximo combate caería sin remedio. Sus movimientos cada día más lentos y torpes no podían competir con adversarios más jóvenes y ágiles. Meditó sobre ello mientras desataba su manica y su greba, la gladio se la habían quitado antes de salir, un esclavo no debía llevar armas.

Efectivamente nació esclavo. Su madre, esclava también al servicio del lanista, murió en las fauces de una fiera en los caminos exteriores de la ciudad. Eran las sendas que llevaban al gran río Betis y en sus orillas cayó bajo la furia de la bestia mientras hacía un recado, cuando él contaba con tan solo 4 años. El niño, que acompañaba a su madre, al correr espantado quedó atrapado en unas zarzas. Cuando otros esclavos del lanista lo encontraron llevaba 2 días completos expuestos al Sol, tenía la piel desgarrada de quemaduras y en un estado de deshidratación avanzado, nadie daba una moneda por su vida. Pero no murió. Se recuperó para sorpresa de todo el ludus. Los gladiadores, siempre supersticiosos, atribuyeron a la protección de Febo la proeza de su supervivencia, y poco a poco el apodo de Luminus quedó grabado como su nombre de esclavo.

El niño creció sirviendo a las necesidades del ludus, limpiar letrinas, ayudando al médico, esclavo de la cocina, mantener la plaza de entrenamiento y siempre entre hierros, armas, vida y muerte. Dormía en la despensa, se levantaba al alba y preparaba las viandas para el desayuno, a sabiendas durante toda la adolescencia que su destino era la arena del anfiteatro. Al llegar a la edad adulta y por la magnitud de su cuerpo los murmillos lo acogieron y lo entrenaban al final del día. Combate a combate su cuerpo se fue formando hasta poder resistir lo necesario y dar un excelente espectáculo al pueblo de Roma en Itálica.

Pero hoy era distinto, hoy estaba exhausto y dio mentalmente las gracias a Némesis por permitirle vivir unos días más. Fuera, en la arena del anfiteatro, seguía la lucha. Se incorporó y se asomó por una de las troneras, un retiario llamado Salonio tenía acorralado a un secutor que había perdido su escudo y estaba atrapado en su red. Salonio se acercaba lentamente con su tridente para acabar con su adversario sin riesgos. El viejo murmillo volvió a sentarse, estaba hastiado de sangre y dolor, cansado del griterío y del miedo. De pronto un silencio y al instante el clamor volvió a sonar en todo el graderío, sin duda el secutor había caído.


Al poco entró el retiario en los pasillos, también sudaba y llevaba el brazo teñido de sangre de su oponente hasta el galerus. Al ver a Luminus sentado en el suelo, desprendido de su armadura, se paró en seco por costumbre, alerta. Se miraron cansados, jadeantes, sin recelos, un halo de honor de guerreros les unía. Le habían quitado el tridente, pugio y red y poco a poco se quitaba la manica para estar más cómodo. Así quedaron por un tiempo, descansando, sin mirarse si quiera. Al rato entró el lanista con un médico para revisar el estado de los guerreros.

En esta ocasión no tenía más que arañazos, pero recordó aquel fatídico día en el gran anfiteatro Flavio, en Roma, cuando una espantosa herida proporcionada por un murmillo temible llamado Celadus de Gades le obligó a pedir la misio al Summa Rudis, colocó su gladio a la espalda, tiró su enorme escudo y levantó el dedo índice para solicitar rendición y compasión al público. Mientras la plebe gritaba él sangraba por la axila profusamente y su visión comenzaba a desvanecerse. La plebe, las sacerdotisas de Vesta y el divino Adriano tuvieron a bien considerar que su combate había sido digno de salvar la vida, esa vez. El mejor médico que pudo pagar su lanista le cerró la herida y llamó a los esclavos pos si había que sacarle el hígado y la sangre, pues su muerte era más que segura. Pero tampoco en aquella ocasión terminaron sus días. Sobrevivió a las heridas y al viaje de vuelta a Itálica. Pasó un tiempo entre fiebres y delirios, pero cuando pudo andar lo nombraron Magister del Ludus, maestro de combate y gladiador veterano.

Hoy el médico revisa completamente desnudo al Magister Luminus, no sería la primera vez que encuentra cortes o roturas que el gladiador, por la ansiedad del combate, aún no ha descubierto. El valor de este murmillo es muy elevado, al lanista le ha costado mucho dinero mantenerlo hasta hoy y lo necesita con vida. Su dueño observa todo esto desde el otro lado de la galería, mientras habla con los esclavos de algunas dominas que requieren los servicios carnales de los vencedores, les convence de que el murmillo es también veterano en las tareas íntimas, él por supuesto se llevará una parte del coste. Para Luminus el día aún no ha terminado, seguirá hasta que las necesidades de sangre, violencia, dinero y sexo hayan satisfecho a todos los públicos.



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