Foto de Ignacio

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Ignacio mismo

lunes, 11 de enero de 2021

Hermano tracio

El público admira desde las alturas cómo con la espada inmisericorde alcanzas mi corazón a través de la clavícula. Es el momento esperado, destino inevitable que es ansiado por todos, pero no por nosotros. Tiemblas y lloras tras tu yelmo mientras me matas pero me nombras tres veces antes de empujar el hierro a través de la carne y eso me reconforta, me eleva sobre la arena caliente y las gradas del anfiteatro.

Itálica es ahora aquella sombra que se diluye en el tiempo, aquel camino de cipreses que no termina de mostrar el horizonte, esquivo el recuerdo de penetrar en tus muros tras los que todo comienza y todo termina. El graderío desconoce nuestra niñez con alientos a cocinas, cuero y metal. Primeros pasos entre monstruos enormes que sudaban, comían y reían para espantar el cielo oscuro y evitar que depositen las monedas de sangre y muerte.

En aquella perfecta hermandad de la adolescencia nos separaron con armaduras distintas, tú tracio y yo murmillo, gladiadores enemigos allí abajo, en la arena. No pudieron, sin embargo, apartar nuestro lazo invisible e incondicional, nuestro refugio silencioso, donde el destino luctuoso no podía entrar.

Salimos de vientres distintos, en la adversidad nos hermanamos como cachorros y cuando apenas habíamos atravesado el Rubicón de ser hombres nos emparejaron en la lucha a muerte. Somos la guarnición de unas vidas ajenas que pronto olvidarán nuestros nombres.

Némesis me condenará por engañar en el combate pues estuve cerca de matarte mientras bailabas a mí alrededor, mientras saltabas con el Sol a la espalda, danzando para un pueblo hambriento de sangre y miedo.

Sé que tu dolor es mayor que el mío, mi espada en tu mano libera ahora el grito que mi máscara no puede contener.

Ellos son los infames y nosotros hermanos en la arena.

 

Ignacio Rivero

Sevilla, a 1 de diciembre de 2020.